Llevaba a la portada ayer con acierto este Diari la falta de vocaciones en el monasterio de Poblet, que le ha dejado sin savia nueva para su monacato milenario: ni un solo novicio en 5 años. Y no puedo resistirme ahora a completar la noticia: tal vez no haya mentes dispuestas a enclaustrarse para el ora et labora cisterciense; pero cada vez hay más gurús, meditadores, maestros de mindfulness y de todo tipo de disciplinas mentales de origen más o menos hindú, tibetano y budista que proliferan por doquier.
Mis amigos más pijos con los que solíamos ir a la disco; años después al tenis o al ‘gym’ y a tardear ahora en algún chiringuito; se someten a las disciplinas más sutiles del dominio de los estados mentales no menos milenarias que el propio Poblet. Nuestro San Ignacio italo-catalán, que preconiza el neomonacato desde la Cueva De Sant Ignaci en Manresa, Xavier Melloni, diagnostica certero lo que nos está pasando: «Desacralizamos lo que era sagrado y sacralizamos espacios que no lo eran».
Los humanos lo somos, al cabo, porque tenemos una dimensión espiritual a la que no podemos renunciar sin dejar de serlo. Y somos espirituales en un monasterio o en una sesión de mindfulness de 7 a 9 después de la clase de Pilates.
Viene a concluir nuestro místico con acierto que las iglesias o los recintos bendecidos como Poblet tal vez se vacíen de feligreses; pero surgen, para empezar en los barrios más pijos, lugares de meditación donde se aprende a liberar la mente de la esclavitud del móvil que nos tiene a todos enganchados hasta la estupidez.
Si lo pensamos con detenimiento, tampoco los orígenes del Cister milenario y de Poblet eran del todo místicos. Se trataba de generar centros de poder que colonizaran el territorio y jerarquizaran su relación con la agricultura sin dejar de prestar vasallaje a la nobleza que lo fundó y después a la monarquía que en tándem con el Vaticano ordenó las vidas de los catalano-aragoneses durante 500 años (tenían cárcel y un formidable celler).
En Poblet y en toda la red cisterciense por Europa se estudiaba e investigaba empezando por las ciencias de la cognición: la mente; pero también el derecho, la medicina, la agricultura...Todo lo que se sabía entonces. Hoy el monasterio ha sido reducido a símbolo y depositario de esos diez siglos de nuestra Historia. No es fácil darle más sentido. Y sin sentido no hay vocaciones que lo encuentren en él.
Faltan vocaciones en Poblet, pero, al mismo tiempo, se renuevan las de quienes en Tarragona, Catalunya y todo el mundo católico celebran con fervor en la calle esta semana de romanos. Recuerdo a mis padres, tíos, abuelos y primos vistiéndose todo tipo de variados hábitos y aun armadura para desfilar en la madrugada por Tarragona. No citaré nombres ni germandats, ni cofradías; porque quedaré mal con los que me deje.
Pero está claro que la religión –del latín religare: unir– es mucho más que la mera meditación y nos une en torno a la identidad de un barrio, una hermandad, un grupo de vecinos unidos por un culto común. Y por la competencia entre ellos: cooperar y competir. Es la esencia del progreso humano, que siempre es compartido o no es.
Por no dejar esa portada de este Diari les diré que esa religión nos une también incluso en el más allá: si los reyes de Aragón y Catalunya, al final unidas, se enterraban en Poblet, hoy tenemos un nuevo cementerio en Tarragona donde nos podemos inhumar a todos sea cual sea nuestra fe o incluso si no tenemos ninguna... Hasta que la muerte no nos separe. Feliz semana de romanos, amigos.