La propiedad de las calles

Nos hemos acostumbrado a las mascarillas. A lavarnos las manos como si fuéramos cirujanos de Anatomía de Grey. A no besar. A no abrazar. A tener precauciones. Es parecido a ser mujer.

Llevo días leyendo sobre Sarah Everard, la ejecutiva de 33 años secuestrada y asesinada en Londres hace dos semanas cuando volvía de casa de una amiga alrededor de las 21:30. Sola. El trayecto es de una hora a pie. Lo último en este asunto es la carga policial a la manifestación no autorizada donde las organizadoras pusieron el lema ‘Reclamemos estas calles’.

El asesinato provocó una ola de testimonios de muchas mujeres contando sus experiencias de acoso por calles británicas. El movimiento se ha llamado ‘Reclaim These Streets’, ya digo. Lo que no sé es si alguien se ha sorprendido de leer o escuchar esas experiencias. En Master of None hay un episodio en el que se ve cómo dos chicos y una chica vuelven a sus casas después de tomar una copa. A Dev y su amigo les ponen música alegre. A ella, de terror. Siente que la siguen. Es un tiparraco del bar. El mayor peligro que sufre Dev es pisar una caca de perro. Ella acaba llamando a la Policía. Ningún feminismo va a solucionar esto.

Claro que deberíamos poder ir por las calles sin que nos pasara nada (borrachas y solas o borrachas y sobrias). Correr por nuestra urbanización sin que nos secuestren como a Anabel Segura. ¿Va a dejar de haber secuestradores o violadores porque nos venga mal, porque lo digan ellas? Esas pretensiones son como el «anunciado en TV» que venía antes en muchos productos. Ya puedes anunciarlo lo que quieras que muchos no te lo van a comprar.