Qué sería de días ‘históricos’ como el de ayer sin redes sociales ni memes. Sin esa fotografía manipulada de un Mariano Rajoy ojiplático tratando de pronunciar ‘Puchdemong’, o sin el mismísimo Carles Puigdemont de perfil, posando con actitud y pelazo al viento, flequillo a flequillo con Anna Gabriel. Mención aparte para esa media hora loca en Twitter, antes de las cuatro de la tarde (cuando vencía el margen para convocar el pleno de investidura de hoy), con espontáneos tuiteando ‘¡Córner!’ y ‘¡Árbitro la hora!’ Válvulas de descompresión que sin duda algunos considerarán frívolas, superficiales e irreverentes... pero que otros vemos no sólo como saludables, sino también como necesarias.
Los memes y los comentarios socarrones no son nada nuevo. Tenemos grafitis irreverentes dibujados por ciudadanos del Imperio Romano en construcciones que hoy son Patrimonio de la Humanidad, cancioncillas populares transmitidas oralmente que han hecho mofa del poder en la Edad Media y la Edad Moderna, dibujos y ‘paleochats’ a boli y a navaja en las puertas de los retretes de las facultades de letras de las universidades de los ochenta y los noventa, viñetas de humor gráfico en periódicos sesudos y muy serios, o cintas de casete de gasolinera repletas de chistes malos, mediocres y también magníficos.
La diferencia hoy entre un intercambio de comentarios a rotulador en la puerta de un inodoro público y un hilo de conversación en Twitter no es otra que la inmediatez y el impacto. Un lector-creador de inodoro disponía de un número ciertamente limitado de usos del retrete. Las posibilidades de tweets, followers y retweets son hoy inacabables. Y encima, con unas opciones de enriquecer la conversación por parte de terceros que desbordan cualquier capacidad de chat de inodoro (con esos tachones y flechas añadidas), limitado siempre por la superficie física de la puerta.
Pues eso. Que si a los catalanes del sentido del humor escatológico les ponen un Twitter o un WhatsApp a mano, lo petan. Y que sonreír y desdramatizar siempre va bien.