El Gobierno Civil, la obra maestra de un gran arquitecto

13 abril 2019 18:31 | Actualizado a 26 abril 2019 18:37
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El edificio del Gobierno Civil de Tarragona –actual Subdelegación del Gobierno– tuvo su origen en un concurso convocado por la Dirección General de Arquitectura el 8 de agosto de 1956. En las bases del concurso se hacía referencia expresa a la normativa y al emplazamiento. El solar situado en el ensanche de la ciudad frente a la recién inaugurada plaza Imperial Tarraco, y las normativas municipales que forzaban a concentrar todo el volumen edificatorio en la fachada principal, serán en gran medida las que acabarán por definir la forma final del edificio. También se exigía, además de la actividad administrativa, un elevado número de viviendas y el uso obligatorio de piedra natural. Es importante saber que aproximadamente la mitad de la superficie del Gobierno Civil está destinada a viviendas: gobernador, secretario, invitados, chófer y portero.

El Diario Español de Tarragona daba la noticia del proyecto ganador el 22 de febrero de 1957. De los 15 proyectos presentados y después de hacer una primera selección de cinco, se acordó por unanimidad otorgar el primer premio al proyecto presentado bajo el lema “Ana”, cuyo autor resultó ser el arquitecto Alejandro de la Sota (1913-1996). Durante los años 1957-1958 se llevó a cabo la redacción del proyecto, y las obras se adjudicaron en julio de 1959. Estas finalizaron el 10 de febrero de 1963 y, según una placa que se encontraba en el vestíbulo del edificio, “entró en funcionamiento” el 1 de octubre de 1964, recordando que nunca llegó a inaugurarse oficialmente.

Absolutamente pionero y adelantado a su tiempo, la obra fue polémica desde sus inicios. De hecho, la construcción del edificio no comenzó hasta 1961 y aún entonces estuvo a punto de ser derruido ante las protestas del nuevo gobernador que debía ocuparlo, el fiscal Rafael Fernández Martínez (1961-1968). Fue, curiosamente, la intervención personal del ministro de la Gobernación, el general Camilo Alonso Vega, la que salvó la obra de De la Sota. El arquitecto lo comentaba, irónicamente, de esta manera: «Había una visita del ministro a Tarragona y el edificio estaba en construcción; el gobernador nos hizo formar a todos en la plaza de enfrente y, cuando llegó Alonso Vega, puso sus objeciones a la obra; el ministro preguntó si «aquel era el anteproyecto»; cuando le dijeron que sí, exclamó, «entonces, ¿Quién osa protestar?». Así se salvó el edificio; por poco».

Hasta el último detalle

Proyectado, construido y diseñado hasta el último detalle por De la Sota, el edificio destaca por la claridad de su forma cúbica y la estudiada composición de su fachada. El arquitecto demostró su talento resolviendo varios problemas a la vez mediante la insólita disposición de los huecos de la fachada principal. Un desplazamiento diagonal en zigzag convierte a las terrazas de las viviendas en tres vacíos abstractos que hacen desaparecer las referencias domésticas y, al mismo tiempo, logran transmitir los valores de representatividad exigidos, ofreciendo la icónica imagen que caracteriza y distingue al edificio.

Esta libertad compositiva también se refleja en las fachadas laterales y posterior, en la que las ventanas enrasadas y la colocación en vertical de las piezas de aplacado, transforman la fachada pétrea en un plano puro, terso y ligero. Interiormente, el ideal de libertad creativa aumenta con la eliminación de cualquier referencia geométrica del exterior: redondeo de aristas, paredes sin zócalo, barandillas de cobre doblado o puertas que funcionan como tabiques móviles, restan presencia a la construcción, «nada que ver con el orden y la composición».

Imagen formal

Una obra que suele ser explicada o analizada a partir de su perfecta y contundente imagen formal. Su fachada aparece continuamente vista como el punto donde se concentran y se resuelven los problemas que la ciudad y la función plantean al proyecto, pero pocas veces se pone de relieve su ejemplar respuesta al conflicto que se produce entre edificio y lugar. Un proyecto que desde el principio hace caso omiso a esa relación de dependencia respecto a la plaza asumiendo su voluntad de ser un cubo: «Un cubo que funciona en lugar de un plano que se adapta», en palabras del propio arquitecto.

Esta aparentemente «negación» a la presencia circular de la plaza tendrá unas sutiles referencias en sus fachadas. Una fachada principal que se permite la licencia de insinuar el circulo teórico con el retranqueo de los dos pilares centrales en planta baja. O en la fachada posterior, donde la curvatura de la tribuna de la zona administrativa recupera ese trazado regulador de la plaza, estableciendo una delicada correspondencia del edificio con el espacio urbano circundante.

El edificio se entregó a sus primeros usuarios completamente amueblado y preparado para ser habitado: lámparas, cortinas, cuadros, ceniceros, espejos … incluso la vajilla, todo estuvo diseñado y elegido por Alejandro de la Sota, en colaboración con su hermano Jesús. La restauración, llevada a cabo por el propio arquitecto en colaboración con Josep Llinàs entre 1985 y 1987, así como la reciente renovación de su fachada, han dado de nuevo esplendor a esta obra ejemplar que hoy merece la correspondiente difusión y protección. Una obra ampliamente analizada y estudiada por historiadores y críticos de la arquitectura de todo el mundo, que paradójicamente suele pasar desapercibida para una gran parte de la población.

El Gobierno Civil de Tarragona es la “obra maestra” de un gran arquitecto. Una obra excepcional y única que no basta solo con mirarla, sino que requiere de cierto esfuerzo para fijarnos en sus detalles, en sus formas, y en aquello que logra provocarnos una necesaria reflexión, o un simple deleite visual. Si la observamos bien y hacemos el esfuerzo de interpretarla, veremos el cubo –terso y tenso– que volcado sobre la ciudad nos enseña a entender la arquitectura no solo como una forma construida, sino como una experiencia que enriquece nuestras vidas.

¡Mil gracias don Alejandro!

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