Los parques calientan motores

La cultura urbana es la protagonista en el espacio para adolescentes que abrió ayer en la TAP, mientras que el Parc de Nadal ofrece nuevos talleres para un público tan fiel como numeroso

19 mayo 2017 23:51 | Actualizado a 20 mayo 2017 21:43
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Las piruetas de los bailarines de Break Dance sobre la pista eran el indudable punto de atracción del FestTap, que abrió ayer sus puertas en la Tarraco Arena Plaza by San Miguel. Se trataba de una ‘batalla’ entre una quincena de bailarines de Catalunya que tenía embobados a los primeros en acercarse a este espacio pensado para adolescentes a partir de 12 años.

Los encargados de inaugurar el nuevo espacio fueron el piloto de trial Albert Cabestany y el joven jugador del Nàstic Jordi Calavera. Ambos coincidieron en que es un logro que la ciudad haya conseguido ampliar su oferta de ocio para los chicos a quienes el Parc de Nadal se les había quedado pequeño.

Tres chicas jóvenes reconocían que habían ido, sobre todo, para ver el baile, mientras una madre comentaba que «es una pena que no haya venido más gente, los talleres tienen muy buena pinta».

Y es que los que se acerquen a la TAP podrán decorar cupcakes, hacerse un disfraz, ‘tunear’ su ropa (pueden llevar prendas que no usen) y aprender rudimentos de fotografía y de maquillaje, entre otros. La cultura urbana está muy presente, así que hay una pequeña pista de skate con patinetes a disposición y hasta un pared para hacer grafittis. Quien quiera probar tendrá no sólo pintura, sino también un mono para no ensuciarse y mascarilla. Completan la oferta las pistas de tenis, baloncesto y fútbol y los simuladores de coches y motos.

 

Afluencia en el Parc de Nadal

Mucha más afluencia había en el Parc de Nadal, donde algunos talleres de siempre, como el de circo o el de maquillaje, acumulaban colas. Hay 32 talleres, 16 de ellos nuevos. Destacan los paseos en poni, un laberinto y un globo aerostático que funcionará por las tardes, entre otros.

Uno de los espacios que llamaba la atención de los niños, y también de los padres, que terminaban ‘trabajando’, era el espacio de Petits Enginyers, donde se podía probar un casco de realidad virtual, montar un robot con piezas Lego o hacer un diseño para luego imprimir en una impresora 3 D.

Cada pequeño se llevaba su experiencia favorita. Una niña de ocho años decía que lo que más le había gustado era que «he trabajado de veterinaria con un perro de verdad».

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