Se llama Lucía y es de Ekaterimburgo. No lleva ni dos años en España y suspira por obtener la nacionalidad, trabajar y echar raíces. Salió de su ciudad natal con la esperanza de un mundo mejor y ha terminado en un apartamento sin agua ni luz. «Tengo casa en mi ciudad, pero con la diferencia del rublo y el euro, no puedo malvenderla», admite con un español más que fluido.
Lucía vivía en Reus. En un apartamento que en breve no pudo pagar. Allí, por su confianza incosnciente a cualquier persona, conoció a un magrebí. Y le prometió por una cantidad miserable un piso con vistas al mar en Salou. «Acepté. Pensé que las cosas funcionarían», recuerda con gusto amargo.
Lucía no es la única que vive en este bloque situado en la calle Bosc del Quec, en Cap Salou. Hay españoles, magrebís, subsaharianos, sudamericanos... toda una auténtica Torre de Babel en uno de los lugares más bellos de la capital de la Costa Daurada.
El edificio empezó a tomar forma en 1964 y dos años más tarde oteaba el horizonte desde Cap Salou. Tiene 40 apartamentos de 40 o 50 metros cuadrados de superficie. En la parte inferior de la finca espacios reservados a locales comerciales. Al lado, y la guinda de lo que debía ser un pastel económico para sus constructores, una piscina, que ahora sin agua languidece como todo el inmueble.
La semana pasada, un armenio se fue a correr por la playa a última hora de la tarde y dejó una vela encendida en una mesilla del comedor. Lucía resopla como un toro cuando revive la tarde del viernes día 4. Su compañero de okupación vivía en la sexta planta. Casi no queda ni rastro de sus pertenencias. Las llamas las devoró sin piedad.
Cuatro dotaciones de los bombers de la Generalitat apagaron el fuego y por suerte nadie estaba en el interior de la vivienda. El okupa corría playa arriba, playa abajo y mientras tanto, la columna de humo obligaba a los otros ‘vecinos’ de las plantas superiores a bajar apresuradamente por las escaleras para salvarse.
Las llamas se sofocaron en poco más de una hora y aunque afectaron incluso en un sofá de otro apartamento okupado, sólo la negrura de la fachada y las pertenencias del armenio son las cosas que se pueden echar en falta desde entonces. Bombers precintó con una cinta de plástico la escalera principal, una prohibición que duró los minutos que necesitaron los otros okupas para volver a sus casas. Ese viernes hacía frío en la calle y ante la falta de luz y agua, las mantas y la ropa de abrigo guardado en el apartamento podían combatir las bajas temperaturas.
El incendio ha puesto de manifiesto por enésima vez este bloque de pisos con pies de barro. Un edificio torcido por la inestabilidad de sus cimientos, demasiado arenosos, pero que a día de hoy es un refugio de todo aquel que intente ganarse la vida en Salou sin papeles como es el caso de Lucía, que sigue suspirando por cambiar de vida, pero esta vez sin engaños.