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    «No guardo rencor contra los que me atacaron. Me dan igual»

    Josep Maria Rovira, tras cuatro operaciones y algunas secuelas, es feliz otra vez en su Cambrils del alma: «Paseo cada noche por aquí sin miedo. Nadie me quita eso»

    18 agosto 2022 21:18 | Actualizado a 19 agosto 2022 12:00
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    Ayer no pudo salir a navegar, como hace casi cada día, con su barco de vela. Dice que hacerlo sabe mejor desde entonces. Faltó a su cita con el mar de Cambrils porque asistió al homenaje. No le gusta el protagonismo pero tampoco se siente maltratado como víctima. «Quedan secuelas pero lo principal es que me falta estabilidad. Por lo demás y para la edad que tengo, estoy bien», dice Josep Maria Rovira, de 83 años.

    Afronta el día de recuerdo con normalidad, que ya es mucho, porque es consciente de lo que estuvo cerca de perder. Dice que la administración le ha tratado bien y no tiene queja. «Sigo haciendo vida normal, paso por aquí cada noche, eso no me lo romperán. Yo no puedo explicar nada de lo que pasó aquí con voz propia, porque no me acuerdo». Su caso, como herido, está incluido en la sentencia de la Audiencia Nacional, que refleja «una herida facial desde el ojo al pómulo», que le afectó gravemente.

    Iba caminando solo en busca del coche que tenía estacionado en el aparcamiento del Club Nàutic. Fue una incisión, seguramente con un machete, que le afectó a la mejilla y a los labios, en profundidad, y que al final casi le cuesta la vida. Cree que el terrorista le intentó degollar y él, como pudo, logró agacharse.

    Una larga recuperación

    Precisó de tres operaciones de reconstrucción. La recuperación duró nueve meses y estuvo 17 días hospitalizado. «Me siento como cualquier día. No me hace daño recordar, nunca he querido participar en nada pero he venido porque el alcalde me lo pidió. Eso sí, no me gusta que esto sea un memorial por la paz, sino por las víctimas. Aquello fue un atentado, no tuvo nada que ver con ninguna guerra».

    Al que lo hizo no le dedica odio. «Están muertos, ya está. Para mí eso es suficiente. No tengo rencor, no siento nada, ni bueno ni malo. Me fastidiaría si estuvieran libres. Fue una animalada de gente sin cerebro que se movieron por unos ideales... Supongo que las vírgenes que esperaban en el cielo al final no estaban y se deberían sentir muy frustrados, porque nadie estaba allí».

    En la rutina de la villa marinera, pura devoción para Josep Maria, le halla el sentido a todo. Por las mañanas, zarpar; por las tardes, en el Barlovento; por las noches, en el paseo que hace cinco años fue una negra pesadilla y que ahora luce espléndido de nuevo. «Valoro más esas cosas, poder navegar, volver a hacer todo lo que hacía antes... Tuve mucha suerte de poder salir de esta, estuve a un pelo de morir, no en el primer momento, sino después, porque a consecuencia de ello padecí un hematoma cerebral, y estaba prácticamente muerto».

    Aquello, derivado del ataque, precisó una nueva intervención, posterior, y también relatada en la propia sentencia, que refleja también pérdida de olfato, acúfenos o vértigo, entre algunas de las consecuencias. Josep Maria no tiene miedo y se lo toma con humor: «Me ha quedado un poco de desequilibrio al andar, alguien que me vea puede pensar que voy bebido... pero son secuelas». Ninguna de esas afectaciones le impidieron, en cuanto pudo, volver a Cambrils: «Es el pueblo de mis antepasados. Ahora llevo dos meses aquí, vengo en fines de semana, en invierno, en verano...».

    Reside en Sant Cugat pero casi que se siente más del municipio que es su segunda residencia. Su abuelo fue alcalde. Su padre nació aquí. Por estas calles conoció y se enamoró de la mujer de su vida, una zaragozana con la que lleva 63 años juntos: «Es uno de los pueblos más bonitos de la costa, la vista desde el faro es espectacular. Siempre me ha gustado este lugar, antes más, porque había menos gente y ahora está muy masificado. Pero yo voy a seguir viniendo siempre».

    Josep Maria, exempleado de obra pública, padre de tres hijas y un hijo y abuelo de ocho nietos, vive abonado a la tranquilidad, sin estridencias. «Aquí he vuelto a ser feliz, estoy muy bien», asegura con su sombrero blanco y camisa azul; y con calma, la misma de ayer al depositar una rosa sobre el Memorial de la Pau.

    Hoy Josep Maria, ya sin compromisos, volverá otra vez al mar.

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