Otra vez el Nou Estadi. Otra vez el ataque grana. El Nàstic tiene claramente detectadas sus dos armas para seguir creyendo que el ascenso es posible. Defensivamente no hay tantos argumentos, pero en ataque sobran porque el talento es infinito. Los granas golearon al Real Unión en un partido que comenzó con una tromba ofensiva, amagó con complicarse, pero terminó en otra victoria firme para acabar la jornada terceros, a solo dos puntos de la Ponferradina, segunda, y a siete del líder, la Cultural Leonesa.
El inicio del Nàstic fue bueno, muy bueno. El conjunto grana fue un ciclón en casa, aprovechando su inercia de juego y resultados en el Nou Estadi. Con esa confianza compareció y se apoderó del partido desde el primer minuto. El Real Unión salió con una marcha menos y se vio desbordado por un equipo de Dani Vidal que lo sometía por tierra, mar y aire.
Solo habían pasado cinco minutos de partido y el Nàstic ya había tenido cinco ocasiones de gol. Una tempestad ofensiva con la que amenazó, metió miedo en el cuerpo, pero no marcó. La más clara la tuvo Ander Gorostidi cuando ni siquiera se había cumplido un minuto de juego. El centrocampista, en una de sus constantes llegadas de segunda línea, se encontró con un remate en boca de gol tras un centro de Narro. Era un gol cantado, pero su disparo con el interior se marchó fuera de manera inexplicable.
Esa primera amenaza no fue esporádica porque los tarraconenses firmaron hasta tres disparos más de manera consecutiva. Pablo Fernández, con dos remates, y Antoñín Cortés, que obligó a Wright a meter una mano brutal en el primer palo, rozaron el primer tanto.
Corría el riesgo el Nàstic de ver cómo el marcador se quedaba 0-0, pero la salida en tromba no tardó en obtener botín. Antoñín Cortés, un devoto de la fe y el esfuerzo, creyó en un balón dividido en el que se anticipó al defensa del Real Unión, que le derribó en el interior del área. Martínez Montalbán señaló penalti y Joan Oriol asumió la responsabilidad. El capitán lanzó a la izquierda de Wright, que adivinó el lado, pero no pudo llegar al disparo.
El 1-0 debía darle todavía mayor control y poso al Nàstic, pero el fútbol tiene estas cosas: uno parece tener todo controlado y de repente se le escapa de las manos. El Real Unión comenzó a crecer con la pelota, a bajar las pulsaciones al encuentro y se ajustó defensivamente. Su mejora obtuvo premio rápido porque el conjunto grana sigue siendo demasiado frágil. Ya había salvado Rebollo el empate con un gran pie, pero nada pudo hacer ante un disparo de Dani Garrido que le superó. El atacante del cuadro vasco recibió demasiado solo en la frontal y tuvo demasiado tiempo para armar el tiro. Inadmisible.
El gol del empate no le sentó nada bien al Nàstic, que acusó mucho el tanto recibido. De repente, se perdió toda la frescura y el dinamismo de los primeros ataques. Pasaban los minutos y la impaciencia comenzaba a reinar en el ambiente. Así se llegó al descanso con un clima frío, pese al sol reluciente del cielo. Algo extraño teniendo en cuenta los tropiezos ya sabidos de la Cultural Leonesa y la Ponferradina y el poco margen que ofrece la lucha por el play-off.
El inicio de la segunda mitad fue mejor para los de Dani Vidal. No fue tan arrollador como el de la primera, pero las sensaciones fueron mucho mejores. Se habían cumplido diez minutos y los granas ya habían coleccionado tres amenazas. Como en el primer tiempo, el Nàstic no tardó en golpear.
Gorka Pérez se inventó un pase en diagonal para encontrar en pleno vuelo a Migue Leal. El carrilero, al que le encanta acudir al espacio, controló con mucha precisión y, tras varios amagos, sacó un centro con la zurda al punto de penalti. Allí apareció el rey del vértigo. Pablo Fernández conectó un cabezazo sutil para desviar la pelota al segundo palo y pillar a contrapié a Wright. Nada pudo hacer el meta inglés para evitar el 2-1 y el décimo tanto del Faro de Candás esta temporada, su récord goleador como grana.
El Nàstic, con la lección aprendida, no bajó el ritmo tras el gol. Siguió insistiendo, buscando dominar y no bajando la intensidad. Esa hoja de ruta funcionó: los granas metieron el tercero a los pocos minutos. Migue Leal, que ya había asistido a Pablo, fabricó el tercer tanto tarraconense, aunque esta vez se lo guisó y se lo comió. El lateral derecho sacó un derechazo desde fuera del área que Wright no pudo ni rozar. Un disparo con la barra de potencia llena, como si fuera un videojuego. Otra muestra de que a este Nàstic le sobran argumentos ofensivos.
La estocada final no llegó en forma de gol, sino de expulsión. Antoñín Cortés, el más listo del barrio, tiró de potencia, picardía y talento para convertir una disputa en un regate que le dejaba solo ante Wright. Quintana, que quiso evitar el cuarto, le derribó y, siendo el último hombre, fue expulsado. El Real Unión se quedaba con diez jugadores y el Nàstic afrontaba la última media hora con superioridad numérica y una renta de dos goles. Mejor escenario, imposible.
La fiesta la completó de nuevo Pablo Fernández, con otro remate certero tras un centro medido de Marc Fernández, que volvió a aprovechar sus minutos desde el banquillo. El 4-1 selló la tercera goleada seguida de un Nàstic que sigue con su particular fiesta infinita en casa. Sobran los motivos para seguir creyendo. Se lo merecen.