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¿Cómo funciona un almacén de CO2?

Los acuíferos salinos profundos son los mejores candidatos para alojar estos almacenamientos geológicos

13 noviembre 2023 15:27 | Actualizado a 13 noviembre 2023 15:33
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«Un almacenamiento geológico de CO2 es una inyección de dióxido de carbono en una capa del subsuelo a una determinada presión, de 70 atmósferas, para que el CO2 tenga aspecto líquido, en un estado denominado ‘supercrítico’», explica Pedro Mora, presidente de la Plataforma Tecnológica Española del CO2 (PTECO2).

Para ello se necesita una formación geológica con una profundidad superior a los 800 metros, con roca muy porosa y permeable (‘roca almacén’), recubierta por una ‘roca sello’ que impide el desplazamiento del CO2 hacia la superficie y garantiza su aislamiento. «Muchas rocas del subsuelo -relata- son porosas, como una esponja de baño. Lo que hacemos es introducir el CO2 en esos agujeritos que tiene la roca, para que se quede millones de años ahí».

Hay dos tipos de formaciones geológicas que pueden usarse: antiguos yacimientos de gas y petróleo o acuíferos salinos profundos. En el segundo caso, son acuíferos hipersalinos a más de 1.000 metros de profundidad, sin contacto con los acuíferos que usamos como recurso hídrico, que suelen encontrarse entre los 240 y los 400 metros.

El CO2 no es inflamable ni explosivo: sale cada día por nuestra nariz

Tras descartar conexión alguna con otros acuíferos, el principal reto es «a qué velocidad inyecto el CO2 para que no ocurra ningún movimiento o fractura», prosigue Pedro Mora, que aclara que nada tiene que ver con lo que puede ocurrir en un almacén de gas (como fue el caso del proyecto Castor), porque «no es el mismo perfil geológico».

«Esos almacenes de gas natural -explica- están pensados para inyectar y sacar el gas, sometiendo a la roca a un gran estrés, y por eso se buscan sitios más superficiales. Un almacén de CO2, en cambio, es una infraestructura para ayudar a la descarbonización, no para seguir fomentando el uso de combustibles fósiles».

«Además -concluye-, a diferencia del gas natural, el CO2 no es tóxico, no es inflamable, no es explosivo, sale por tu nariz todos los días. El máximo riesgo es que ese CO2 se nos pueda escapar por alguna fisura, y haber trabajado para nada al capturarlo y almacenarlo».

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