De ruta por Tarragona: Vandellòs, la última frontera

Montañas. Penetramos en la última frontera de camino a Tortosa. ¿Qué esconden las solitarias montañas? Podemos vivir una aventura paisajística e histórica

15 noviembre 2023 19:30 | Actualizado a 16 noviembre 2023 07:00
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En la Edad Media, los viajes, peregrinaciones o desplazamientos, sin importar que se llevaran a cabo con las propias fuerzas o con ayuda de un animal, se caracterizaban por la dureza, la incomodidad y el regusto de aventura.

Los documentos medievales, así como las crónicas de los viajeros del siglo XII, se refieren a una extensión de tierra que reúne todo lo anterior. Este páramo azotado por el viento era conocido como el Desierto de Alfama, un lugar inhóspito que actuaba de frontera entre el Camp de Tarragona y las Terres de l’Ebre.

Aquellos que quisieran ir a Turtuixa, nombre con el que se conocía a la Tortosa andalusí, o incluso a Valencia, debían penetrar en este yermo infectado de bandidos cuyo paso más complicado era el Coll de Balaguer. Este es uno de los episodios de la historia a menudo ignorados, pues los vehículos y la autopista actuales han aliviado las penurias de antaño.

Tanto o más ignorada es la Sierra de Vandellòs, el conjunto de montañas que protegen el Coll y en el que, dada su soledad, todavía podemos vivir una aventura. En la ruta de esta semana, penetramos en la última frontera de camino a Tortosa. ¿Qué esconden las solitarias montañas?

Instrucciones de la ruta

El desplazamiento hasta el punto de inicio es una aventura en sí misma debido al carácter remoto e intimidatorio del lugar, el Mirador dels Dedalts. Para llegar hasta él debemos alcanzar el pueblo de Vandellòs y recorrer el Carrer Dedalts hasta que se convierta en el camino del mismo nombre. Circularemos extremando la precaución, pues las condiciones de la pista y su inclinación son disuasorias, y estacionaremos en el aparcamiento que encontraremos junto al mirador.

Emprenderemos la ruta deshaciendo el sendero hasta el último cruce, donde podremos ver un panel de señalización que nos dirige al Coll de la Basseta haciendo uso del Pequeño Recorrido (PR 92), marcado de blanco y amarillo. Pocos minutos después se abrirá ante nosotros un barranco y, justo en frente, observaremos un conjunto de montañas, entre las que está el Molló Puntaire (727 metros), la cumbre de la jornada.

El desplazamiento hasta el punto de inicio es una aventura en sí misma por su carácter remoto

En lugar de caminar por la pista forestal, que continúa siendo el Camí dels Dedalts, tomaremos una senda paralela que coincide con el Gran Recorrido (GR) 192. La seguiremos hasta que el PR 92 lo abandone en busca de la balsa del cuello.

A partir de aquí, aumenta progresivamente el desnivel hasta la cumbre, en especial desde la Font de Navaies. La vuelta la llevaremos a cabo o bien deshaciendo el camino que ya conocemos o bien tomando la pista dels Dedalts, que es más asequible.

Dificultad de la ruta

Determinar la dificultad de una ruta ya es de por sí una dificultad. Por suerte, existen escalas de graduación que establecen la dureza a partir de factores observables. El Método SENDIF, creado por la Taula de Camins de l’Alt Pirineu i Aran, sostiene que la dificultad de un itinerario de senderismo depende, por una parte, del esfuerzo físico que este supone y, por otra parte, de los obstáculos del camino.

Desde el punto de vista de la dificultad física, esta ruta es de dureza moderada, pudiendo ser exigente si en lugar de empezar desde el mirador lo hacemos desde Vandellòs y a la vuelta visitamos el pueblo de Castelló.

En lo que respecta a las complejidades técnicas, es un itinerario que destaca por su verticalidad en el que las pendientes pronunciadas se concentran en el tramo final. De la misma manera, existen algunos pasos en los que estaremos expuestos a las iras del viento.

La fortaleza desaparecida

«Saliendo de L’Hospitalet, llegamos al castillo y al Coll de Balaguer. Este lugar, alguna vez famoso por peligros de todo tipo, es un paso fácil y seguro desde que se construyó el camino que lo atraviesa y en el que se ejerce una estricta vigilancia contra los bandidos que una vez lo infestaron». Estas palabras fueron escritas por el francés Alexander Laborde, uno de los tantos viajeros que recorrieron España en el siglo XIX, en el primer volumen de Voyage pittoresque et historique de l’Espagne.

La descripción, aunque romántica, rememora una época en la que los bandidos, piratas o corsarios aprovechaban los escondites ofrecidos por la sierra prelitoral para coger por sorpresa a los viandantes. Así las cosas, la región fue protegida por la orden militar de caballería de Sant Jordi de Alfama, fundada el año 1201 y, tal y como evidencia la descripción de Laborde, por una fortaleza de cuya visión se nos ha privado: el fuerte de San Felipe.

En pie hasta 1813 -de ahí que el francés llegara a conocerla-, fue mandada a construir por Felipe V siguiendo el diseño del ingeniero Louis de Villier de Langot a fin de controlar este punto estratégico. La llegada del siglo XX supuso que una empresa comprara los derechos de explotación, eliminando sus restos.

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