El trabajo es más que el sueldo. Te permite ser valorado, aceptado y hasta querido

La mirada

10 agosto 2022 07:00 | Actualizado a 10 agosto 2022 07:00
Lluís Amiguet
Comparte en:

Los mejores hijos de mis mejores amigos están trabajando este verano donde les han dado trabajo. E ilusiona verles ilusionados sirviendo mesas en cualquier bar de nuestra costa, alquilando hamacas en Salou, ayudando en supermercados, pinchando discos -esos sí son afortunados- y, en fin, ganándose su primer sueldo.

El mío me lo gané vendiendo helados durante un verano en un quiosquito de Camy en la plaza Imperial Tarraco, donde pasé muchísimo calor, de diez de la mañana a diez de la noche; pero me sentía útil y me dejaban llevar los helados sobrantes -cómo lo celebraron mis hermanitos- a casa. Trabajando fui feliz, palabra que tiene la misma raíz latina que fecundo, porque ser feliz en el mundo clásico era también -y lo sigue siendo- ser productivo: generar valor para los demás y compartirlo.

De ahí, que resulte tan nociva la confusión entre trabajo y sueldo. El trabajo, en suma, es mucho más que el sueldo que te pagan por hacerlo: te permite ser valorado por lo que creas, que es la forma de sentirte aceptado, integrado y tal vez hasta querido.

Si esa misma cantidad te la abona en cuenta el estado por no hacer nada, te sentirás igual de agradecido, pero tal vez no tan orgulloso de haber sido útil. Por eso, hay miles de voluntarios -gracias, amigos- trabajando por los demás pro bono y con una sonrisa.

Y por eso todavía los europeos tenemos que aprender de la cultura de la época dorada de Estados Unidos donde el trabajo aún es el valor dominante.

Del mismo modo que -doy fe tras ser enviado especial en la Unión Soviética en tres ocasiones- que nunca he visto despreciar tanto el trabajo como allí en el que se decía paraíso de los trabajadores...¡Qué capacidad para el escaqueo la de los soviéticos! ¡Cómo costaba que alguien te sirviera un café si es que había!

La última vez que estuve en Nueva York, en cambio, nos sirvió la mesa una señora setentona, que me hizo esperar, pero nos compensó con una maternal sonrisa al preguntarnos si todo estaba a nuestro gusto.

Las leyes laborales americanas son muy flexibles y es habitual encontrarse setentones ordenando mercancías o tras el mostrador de un supermercado, por ejemplo.

Cuanto más empleo generas, más empleo hay, por eso deberíamos dar esa oportunidad aquí a todos de trabajar, sea cual sea su edad, sin dejar de dar también la de jubilarse con una buena pensión, y -en eso superamos a los Estados Unidos- a quien se lo haya merecido. La caída de nuestra demografía nos obligará pronto a hacerlo.

Mi padre repetía admirado que los hijos de los billonarios Rockefeller repartían periódicos y lavaban coches, otro trabajito que hice en una gasolinera entre Tarragona y Torreforta: me temo que me echaron por lento.

Años después, entrevisté a David Rockefeller cuando publicó sus memorias y constaté que era mucho más humilde que algunos de nuestros ricos. Tal vez, porque antes de dirigir la Trilateral había cortado el césped de todos sus vecinos.

Por eso, la renta básica universal que ha empezado a pagar como prueba piloto la Generalitat -entre 300 y 400 euros que cobran 5.000 catalanes- y que me explicó su gran defensor, Guy Standing, puede ser, como dijo: «Tan justo como heredar»; pero es mucho más satisfactorio ganarse ese dinero y sentirse útil. De hecho, tendríamos que diseñar programas de voluntariado retribuido para que los pensionistas también tuvieran incentivos y desincentivos. Y que nos pagaran más pensión si nos jubiláramos después de la edad obligatoria, porque alguien nos ha dado trabajo y seguimos sirviendo.

Lluís Amiguet es autor y cocreador de ‘La Contra’ de ‘La Vanguardia’ desde que se creó en enero de 1998. Comenzó a ejercer como periodista en el ‘Diari’ y en Ser Tarragona. Su último libro es ‘Homo rebellis: Claves de la ciencia para la aventura de la vida’.

Comentarios
Multimedia Diari