Sacudirse las pulgas

La mejor manera de sacudirse las pulgas es no tenerlas. Pero si las tienes, actúa para eliminarlas y, sobre todo, para evitar que se repitan cometiendo tú los mismos errores que te las trajeron. Así se conseguirá el primer consejo: no tener más pulgas. Y por favor, no culpes al destino, es feo, inútil y falso.

Hemos padecido en las Terres de l’Ebre, de nuevo, un diluvio infrenable. También en la querida Alcanar, en especial en Les Cases d’Alcanar, un episodio lastimoso el pasado sábado. Esas casitas junto al mar, hechas con buena fe y escasos medios, pero con pésima planificación urbanística, han recibido el lodo y la furia de una naturaleza que ha puesto en evidencia a quienes permitieron abusos y especulaciones. Se autorizó construir en donde no se debía. El dinero corría con facilidad y las corrupciones estaban a la orden del día con una naturalidad que hoy nos asusta. ¿Es eso lo que añoran los nostálgicos de tiempos pasados? Y, también: ¿No pueden pedirse responsabilidades a los sátrapas del desaguisado?

La historia catalana de las urbanizaciones ilegales (más del ochenta por ciento a finales de los años 70) sale ahora a relucir de nuevo con tres episodios de lluvias torrenciales. Indigna comprobar cómo, tras los dos primeros, no se ha emprendido una acción correctora. ¿Que es cara y difícil? La vida está para superar retos. Reurbanizar les Cases d’Alcanar requiere decisión y una cierta audacia, pues hay que dar prioridad a los accidentes climáticos, que son infrenables. No tendría que asustar a nadie planificar una nueva red de viviendas que permita sustituir las que ahora cierran el paso a los torrentes, con una notable mejora de calidad para sus propietarios. Hay que consensuar, planificar con visión de futuro y hacer de una vez las cosas bien hechas, que borren del mapa la triste historia de esas construcciones débiles e inadecuadas.

Con todo ello, debiera llegar también la canalización de aguas. Aunque se pasen tres décadas de sequía, un día u otro diluviará de nuevo y la desgracia nos ahogará en lamentos. No estamos en Las Hurdes que visitó Alfonso XIII, estamos en tierras tarraconenses llenas de prosperidad, riqueza y gente decidida. País que quiere avanzar. Los castells son el símbolo. Sin una pinya sólida no se llega a lo alto.

Nuestro clima mediterráneo, tan pródigo en horas de sol, nos obliga a adaptarnos a él. Pretender la inversa es una insensatez. En el pueblecito de Savoillans, en la Provenza, hay un riachuelo que se llama Toulorenc (que viene del ‘tout ou rien’, o todo o nada) es decir que o está seco durante años o se lanza imperioso y temible. Las casas están apartadas del Toulorenc. En más de cuarenta años que llevo visitando Savoillans, el río nunca ha causado ningún problema. No ha habido alcaldes irresponsables, mandos corruptos ni promotores de la especulación. Porque en nuestras tierras sí los ha habido. Hay que decirlo claro y fuerte para reconocer esta lacra y cerrar este humillante período de nuestra historia.

Mientras en Alcanar, en Tarragona y en Catalunya no se tomen decisiones que solucionen sus problemas, seguiremos anclados en el pasado. Mucho más anclados de lo que nos pensamos. Y, francamente, es vergonzoso y humillante.