La mona arrestada, la grifa y el duro de más

Las anécdotas. Los tarraconenses Josep Maria y Ramon son un pozo de historias de Ifni: desde el animal que saltó borracho en paracaídas hasta la siesta en el despacho de un comandante

02 marzo 2018 09:34 | Actualizado a 02 marzo 2018 11:00
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Fotos: Josep Maria Contijoch / Arxiu Montserrat Tarradellas i Macià / 

Sidi Ifni. 1957. Josep Maria Contijoch, natural de Montblanc, cumple el servicio militar. Pasea por el campamento junto a un compañero, Vicente Cañabate. En un barracón de los paracaidistas observan a una mona enjaulada. Es la mascota de la Bandera. Josep Maria y Vicente, alucinados, preguntan a un ‘paraca’ qué sucede con el animal. «Está arrestada porque hizo mal una cosa y la arrestaron; lo mismo que hacen con nosotros», responde. 

Josep Maria y Vicente se miran sorprendidos. El paracaidista, serio, les explica el ‘crimen’ de la mona: «Vosotros sabéis que el día que toca salto todo dios de la Bandera ha de lanzarse del avión sin excusa ni pretexto, desde el comandante jefe a los cocineros. Pues ella, como mascota, también tiene esa obligación. El último día de salto fue lanzada como siempre. Al descender se conoce que la marrana tenía mal día, puesto que una vez fuera del avión empezó a ascender por las cuerdas del paracaidista, proyectándose al vacío a gran velocidad y con el consiguiente peligro de morir aplastada. Por ese motivo la han arrestado. Así aprenderá. Estaría beoda, ya que en ocasiones anteriores lo había hecho correctamente. ¡Así van las cosas aquí!».

La de la mona ebria es una de las muchas anécdotas que Josep Maria Contijoch y Ramon Rosselló atesoran en su memoria. Contijoch estuvo en Ifni durante la guerra (1957-1958) y Rosselló hizo la mili posteriormente. 

Rosselló recuerda con amargura aquellos meses. Un día se desmayó a causa de un golpe de un militar. «Estaba charlando con otro recluta en catalán. No vi que un militar se me acercaba por la espalda. Me dio un clatellot tan fuerte que me estampé contra una reja y perdí el sentido. Luego me enteré que le había molestado que hablase en la lengua de mi tierra con mi compañero», rememora.

‘Un militar me golpeó tan fuerte que perdí el sentido. Le molestó que hablase en catalán’

Sigue Rosselló: «Los oficiales nos llamaban ‘parias’ porque podían darnos una hostia y no pasaba nada»... «Nos encontramos con un legionario de 40 años o más de edad. Le preguntamos ¿qué haces aquí todavía? Nos señaló una hoguera del campamento y dijo: ‘Veis aquello. Hoy comeré’»... «Un teniente iba mucho con las moras. Se acostaba con ellas. Pues cuando él estaba fuera otros tenientes ‘visitaban’ a su mujer»... «Nos tocó compartir la marmita de la comida con un soldado al que habían apartado de otra compañía. Decía que se estaba haciendo pasar por loco para que le eximieran del resto de mili. En realidad tenía una enfermedad venérea y le habían expulsado». 

Más anécdotas de Rosselló: «Íbamos mucho al bar ‘Las cañitas’. Allí bebíamos todos mucho. Nos encontrábamos con legionarios. Durante un tiempo, unos cuantos se dispararon en la pierna ‘por accidente’. Querían que les llevaran al hospital y luego les devolvieran a la península. Hubo tantos ‘accidentes’ que el mando advirtió que ‘al próximo que se dispare le monto un consejo de guerra’. Un legionario al que conocíamos quería volver como fuera. Le dijimos que no se disparara. Por lo del consejo de guerra. Pues fue a pillar expresamente una enfermedad venérea para que tuvieran que ingresarle». Rosselló concluye: «Aquello era otro mundo. Los militares vivían en un planeta diferente al nuestro».

«Al mes de llegar a Ifni -continúa Rosselló- hubo una epidemia de meningitis. Pararon la instrucción y rodearon el campamento con alambradas para que no pudiéramos salir. Uno de Belltall enfermó. Estaba tan grave que le dieron la extramaunción, pero sobrevivió. Cuando sanó, le concedieron un mes de permiso para ir a casa. No pudo contar a nadie que había estado a punto de morir. Su padre, un payés, no le habría dejado volver. Fue a ver a mi madre y ella le dijo ‘tú sí que eres un buen chico. Mi hijo debe contestar a los mandos y por eso no tiene permiso para venir’. Tampoco le contó que el permiso se lo habían dado por su enfermedad».

Tanto Rosselló como Contijoch se encontraron en Sidi-Ifni a sendos militares moros que conocían bien Montblanc y Poblet. Habían entrado con las tropas franquistas en enero de 1939.

Contijoch, que ahora reside en Sitges, escribió un interesante libro ‘Sidi Ifni’57. Impresiones de un movilizado’ que puede consultarse, por ejemplo, en la Biblioteca Pública de Tarragona. Allí narra jugosas anécdotas, como la de la vez que un comandante le pilló durmiendo la siesta en la alfombra de su despacho: «Su llegada fue una sorpresa mayúscula para mí porque a aquella hora nadie se acercaba. Instintivamente me levanté y aduje en mi defensa lo primero que se me ocurrió: ‘Estaba de vigilancia para que nadie ocupase el despacho, mi comandante’. ‘Claro, de vigilancia’, comentó para sí, esbozando una sonrisa y cerrando la puerta». 

Tras el periodo de campamento, Contijoch fue destinado al cuerpo de policía y luego al Estado Mayor. Recibían una paga de 720 pesetas al mes en un sobre. En su primer sobre, Contijoch vio que había 725 pesetas. Se dirigió al teniente: «Le dije: ‘Perdone, mi teniente, al abrir el sobre he observado un error en el contenido’. Debería haber empezado al revés. Me miró con cara de Bela Lugosi. ‘¿Ah, sí?¿Y cuánto te falta?’, me preguntó. ‘No señor, es que de hecho... me sobra un duro’, le respondí. Por el momento le desconcertó la alegación. Luego suavizó la cara y aceptó la moneda».

Recién llegados al enclave africano, Contijoch y los demás reclutas contemplaron la ceremonia de degradación de un suboficial y unos soldados «convictos de haber fumado grifa. El comandante, tras unas breves palabras que no entendí desde lejos, les arrancó galones e insignias, siendo ingresados seguidamente al pelotón de castigo. Cuando ya se habían roto filas y nos dirigíamos a la tienda de campaña le pregunté a un compañero que venía junto a mi: ‘¿qué será eso de la grifa?’. ‘No lo sé, contestó, pero debe tratarse de algo gravísimo para merecer ese castigo’». Bendita inocencia.

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