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Los secretos del robo del siglo en Tarragona

El ladrón de arte más famoso del mundo, Erik el belga, saqueó la catedral en 1980. Su viuda revela ahora al ‘Diari’ un hecho desconocido

04 mayo 2023 16:21 | Actualizado a 07 mayo 2023 07:40
Se lee en 7 minutos
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Principios de 1980. Un hombre de 40 años pasea por la catedral de Tarragona junto a una mujer y una niña de corta edad. Él no para de tomar fotografías. Capta el más mínimo detalle: las obras de arte sacro, las puertas, las ventanas, las vitrinas.... Parece una familia más de turistas, amante de la arquitectura y el arte. Nada más alejado de la realidad.

Nadie lo sabe, pero el hombre es René Alphonse van der Berghe, más conocido como Erik el Belga. Es el mayor ladrón de obras de arte del siglo XX. Prepara su enésimo golpe. Su modus operandi habitual es ir días antes al lugar donde piensa robar, acompañado de una mujer y una niña, o de un hombre o una mujer de más edad en este caso para simular que son su padre o su madre.

La catedral tarraconense está a punto de ser víctima de un expolio, como lo habían sido anteriormente ermitas, iglesias y catedrales de otros 29 pueblos y ciudades de España. Erik lleva robando desde los 25 años. Ha expoliado ya 50 museos de Europa.

¿Cómo sabemos que estuvo en Tarragona antes del robo? Sofía Mata de la Cruz, exdirectora del Museu d’Art Diocesà y autora de artículos sobre el suceso, recuerda que el propio Erik admitió haber ido a la catedral de Tarragona a preparar el delito.

$!Una de las vitrinas que saqueó Erik el Belga. La imagen ha sido tomada del libro ‘Tarragona, segle XX. A través de les postals’, de Jaume Benages y Rafael Calle.

Van der Berghe solo fue detenido en tres ocasiones (dos en España y una en Bélgica) pese a haber robado más de 2.000 piezas solo en España. Su minuciosa preparación le salvaba de ser pillado in fraganti. Así lo explica en un interesante ‘Documentos TV’ emitido el 29 de diciembre de 2009 y que se puede recuperar en la web de TVE. «Tienes que saber la hora a la que salir para cargar (los objetos robados) y evitar la ronda policial o que te vea gente que va al trabajo... Hay que estudiarlo todo muy bien», dice. Erik lo hizo a la perfección en Tarragona.

Viernes 7 de marzo de 1980. Dos compinches de Erik ultiman los preparativos in situ. Así lo explica Sofia Mata de la Cruz en su libro ‘El Museu Diocesà de Tarragona. Fortuna i adversitat d’una institució centenària’: «Dos chicos jóvenes, con un aspecto que se consideró sospechoso, accedieron a la visita turística de la catedral después de haber adquirido los correspondientes tíquets. Lo que más llamó la atención del personal fue que pidieron información sobre algunas de las piezas expuestas y, en especial, que preguntaron con insistencia si se habían cometido anteriormente robos en la catedral».

¿Cómo es que no se hizo nada ante esa extraña actitud? Quién sabe. La catedral no tenía alarma en esa época, pese a la insistencia del arzobispo en que se instalase. Pont i Gol temía que se repitiera en Tarragona, por ejemplo, el reciente robo cometido en la iglesia de Siurana de una imagen románica de la Virgen y dos retablos. Pero las cosas de palacio van despacio. Se había solicitado presupuesto para la instalación de una alarma pero se consideró demasiado cara.

$!Sofia Mata de la Cruz, con sus dos libros sobre el Museu Diocesà de Tarragona. Se pueden adquirir en la librería de la catedral. FOTO: PERE FERRÉ

Noche del sábado 8 al domingo 9 de marzo. Es la noche perfecta para actuar. Sopla un fuerte viento. Todas las ventanas de las casas de la Part Alta están cerradas. Nadie oirá los ruidos de un posible robo. Erik y un compinche saltan las rejas de la catedral que dan a la calle de les Coques y acceden al cementerio-jardín junto a Santa Tecla la Vella.

Andan apenas unos pasos e intentan acceder con una escalera a la parte trasera del ábside de la capilla del Corpus Christi. La escalera es corta. La unen a otra escalera con esparadrapo de cinco centímetros de amplio. Una hispánica chapuza, o una solución tipo MacGyver, que les permite subir hasta la vidriera inferior de la capilla y romperla.

Todo va bien. O no. De repente, Erik tiene un problema, según revela en entrevista al ‘Diari’ la viuda del ladrón, Nuria Gutiérrez de Madariaga: «Erik me confesó un hecho insólito de Tarragona. Siempre había subido y entrado por cualquier ventana sin problema alguno, pero, tras subir la fachada de la catedral, tuvo un ataque de vértigo por primera vez en su vida. Empezó a sudar. Tenía taquicardia y náuseas. Como no sabía lo que era el vértigo porque nunca lo había tenido, creía que le estaba dando un infarto, pero pensó: ‘tengo que seguir porque si no no volveré a subir a ningún sitio’. Entonces se sacó del bolsillo de la cazadora la cartera con toda la documentación y la tiró dentro de la catedral para obligarse a si mismo a bajar a recuperarla y continuar con el robo». El propio Erik estuvo a punto de frustrar su expolio a la catedral ‘por motivos de salud’, pero su orgullo de ladrón pudo más.

Nuria está en proceso de superación de una grave enfermedad. «Llevo 45 años en el Derecho Penal y quiero llegar a los 50 para que me den un broche. Ese día me pondré tacones por primera vez», bromea.

Sigue Nuria: «Antes de su huida a España, Erik era un hombre atlético que no bebía ni fumaba, pero los años en busca y captura, de clandestinidad en España con un pasaporte falso, le supusieron un gran desgaste, un terrible estrés mental y emocional».

$!Retablo de San Bartolome, una de las piezas robadas en 1980.

La abogada alude a que Erik fue detenido y condenado en Bélgica a diez años de prisión en 1976, pero se fugó de la cárcel de Verviers y se refugió en España. No podía salir del país ni hacer negocios legales porque vivía oculto. En esa época es cuando decidió actuar en Tarragona.

Volvamos a la noche del 8 de marzo de 1980. Superado el ataque de vértigo, Erik y el otro ladrón se descuelgan desde la vidriera con una cuerda de polipropileno de 16 milímetros de diámetro y 10 metros de longitud.

Una vez dentro de la catedral actúan con celeridad. Entran en las salas del Museu d’Art Diocesà. Sofía: «Sabían perfectamente lo que buscaban. Habían visitado el museo con anterioridad y habían escogido los elementos que se querían llevar. Los ladrones rompieron la gran vitrina que se encontraba en el ábside de la capilla del Corpus Christi y se llevaron todo el contenido».

De dicha vitrina sustraen, entre otras muchas piezas, nueve cruces procesionales de entre los siglos XIII y XVI, dos cálices de los siglos XV y XVI, una custodia de plata del siglo XVI, dos relicarios góticos, una imagen del niño Jesús de marfil del siglo XVII y una arqueta italiana de madera y marfil del siglo XVI.

Tras cargar ese primer botín, sierran la reja de una sala y continúan con el expolio. Arrancan cuatro compartimentos del retablo de San Bartolome, del siglo XV. Revientan el paño de la puerta de las antesalas de la Sala Capitular. En la primera, descuelgan una tabla gótica con la escena de San Miguel Arcángel derrotando al demonio. Y en la segunda, rompen la cerradura de otra vitrina en la que se expone el arca del monumento del Jueves Santo realizada por Gaspar Arandes en el siglo XVII. «Quizá tenían prisa o no pudieron llevársela, así que solo se llevaron la cruz que la coronaba y una de las figuras de los soldados», apunta Mata de la Cruz.

Satisfechos, Erik y su compañero deciden irse. Fuerzan la puerta de la capilla del Corpus Christi, acceden al claustro, caminan unos pocos metros, revientan un par de puertas más y salen a la calle Mare de Déu del Claustre. Y se desvanecen.

$!Arqueta de madre y marfil del siglo XVI que fue sustraída.

En total, se llevaron 86 objetos, valorados en 47 millones de pesetas. Esta cifra, calculando la inflación de estos 43 años, supondría, aproximadamente, 1,2 millones de euros en la actualidad. Los daños materiales fueron de 35.000 pesetas (157.000 euros de hoy).

La mañana del domingo 9 se descubre el robo. Todo son lamentos. Hay un problema: algunas de las piezas no habían sido catalogadas, lo que dificulta una posible recuperación.

La Policía Nacional investiga el caso. El modus operandi apunta a Erik el Belga, pero no hay pruebas. El análisis de las escaleras y la cuerda no arroja resultados. Hay unas huellas de unas zapatillas deportivas, lo que hace suponer que los asaltantes son jóvenes. Transcurren dos años sin noticia alguna de las piezas robadas.

A principios de 1982, un experto en obras de arte llama al responsable del Museu Diocesà, mosén Salvador Ramon, para advertirle de que un individuo le ha ofrecido unas piezas «sospechosas». La descripción física del hombre se asemeja a la de Erik el Belga. La policía sigue la pista y detiene a Van der Berghe el 28 de enero de 1982 en el apartamento de Sitges en que se ocultaba. Caen también otros cinco miembros de la banda, cuatro de ellos anticuarios.

Una vez capturados, se averigua que las piezas robadas de la catedral fueron trasladadas a Bélgica y Valencia. En el juicio Erik alega que, por sus 40 años y su delicada salud, no podría haberse descolgado desde la vidriera de la capilla al interior de la catedral. No cuela. Erik es condenado a diez años.

Durante el proceso, alega problemas de salud y es hospitalizado. Como en una película, huye de la habitación del hospital en pijama descolgándose por una ventana con varias sábanas atadas. Es detenido tres horas después.

De los diez años a los que es sentenciado, solo cumple tres porque llega a un acuerdo con el Gobierno de Felipe González para devolver obras de arte robadas a cambio de su excarcelación. El 21 de febrero de 1985 sale a la calle.

Un año antes, el 1 de febrero de 1984, la Policía entrega a la catedral una veintena de piezas recuperadas. Una de ellas, el retablo de San Bartolome, previo pago a la casa de subastas Sotheby’s. La ofrecían unos marchantes suizos que la habían comprado a un cómplice de Erik pensando que procedían de Bohemia. Erik la había ‘retocado’ para ocultar su verdadero origen.

El encargado de recibirlas es mosén Salvador Ramon. Dos de las fotos de este reportaje son de la colección de ocho libros ‘Tarragona, segle XX. A través de les postals’, de Jaume Benages y Rafael Calle. Mosén Ramon les ayudó en la elaboración del tomo dedicado a la catedral.

$!Devolución de algunas de las piezas el 1 de febrero de 1985. Mosén Salvador Ramon sostiene una cruz. El segundo por la izquierda es Carod Rovira. Imagen del libro ‘Tarragona a través del temps’.

En el acto de entrega está presente Josep Lluís Carod-Rovira, entonces responsable de los Serveis Territorials del Departament de Cultura de la Generalitat y años más tarde conseller en cap del Govern. Carod no guarda recuerdos hoy de aquel día, pero la prensa de la época cuenta que Carod bromeó con que «Erik el Belga ha hecho el Camino de Santiago, pero con fines nada religiosos».

Tras salir de prisión comienza la otra parte de la vida de Erik el Belga. Se dedica a recuperar obras robadas e incluso dona cuadros religiosos pintados por él mismo a diversos pueblos y a un convento de monjas.

El ladrón convertido en héroe es la imagen que queda de los años finales de su vida (murió en Málaga el 19 de junio de 2020), pero hay mucho más allá, tal como relata quien mejor le conoció, su viuda, Nuria Gutiérrez de Madariaga. Estuvieron casados 34 años. Tienen dos hijos en común, Beltrán y Erik. Erik padre estuvo casado en otras dos ocasiones y tiene otra hija.

Nuria: «El problema de Erik en los últimos años de su vida fueron las malas compañías. Yo le mantuve siempre. Era un bohemio, un loco, un hombre de otra época. Si ganaba 1.000, se gastaba 3.000».

La viuda de Erik el Belga asegura que el principal impulsor de la devolución de las obras fue el abogado de Barcelona Sebastián Martínez Ramos. «Sebastián era un héroe, el santo Job. Gestionó la devolución de obras mientras Erik estaba en la cárcel. Erik había hecho un master en traiciones. Pensaba que toda la gente en la que había confiado, a la que no delató, le ayudaría al salir de prisión, pero fue todo lo contrario. Le consideraron un apestado. No querían verle ni en pintura. Le cerraron todas las puertas».

«Erik era muy narcisista, muy endeble, muy quejica. En los dos o tres primeros años de matrimonio tenía detalles, era amable, respetuoso... Se hizo íntimo amigo de su director espiritual y se tranquilizó, pero cuando éste le faltó, empezó a sacar los pies del tiesto. Tenía una corte que le aplaudía sus grandes ‘proyectos’», recuerda Nuria.

«Era muy parasitario. Siempre buscaba su propia ventaja, pero claro, estaba enfermo. Era diabético, tenía problemas cardiacos... En la época buena tuve una experiencia interesante con Erik. En los últimos años, muy amarga. Cuando su hijo Erik le pidió dinero para pagar la matrícula de la universidad, le respondió ‘vete a robar. Tienes toda la Europa del Este en la que hay maravillas’», continúa Nuria.

Concluye la viuda de El Belga: «Después de nacer su segundo hijo, Erik empezó a beber mucho. Le patinaba la cabeza. Solo quería salir a los bares a hablar, hablar, hablar siempre con una tía al lado... Era irresponsable con la educación de sus hijos. Vivía de la fantasía. No podía asumir la traición de sus amigos. El había sido muy leal y sus amigos no lo fueron. Les confió dinero y se lo quedaron. ¿Qué iba a hacer? ¿Salir a matarles y que le metieran de nuevo en prisión?».

Ladrón de guante blanco. Expoliador de museos y templos. Preso. ‘Héroe’ que recuperaba piezas robadas y regalaba cuadros. Padre irresponsable. Un marido ‘complicado’. Erik el Belga tuvo mil caras. Pero Tarragona le recordará como el hombre que le robó una parte de su corazón.

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