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    Josep Maria Pujals: «El juez de paz es una figura pública que nunca debería desaparecer»

    Juez de Paz de Vila-seca. El expolítico es y ha sido siempre una figura de consenso, cualidad perfecta para el cargo

    09 julio 2022 20:37 | Actualizado a 10 julio 2022 07:00
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    Josep Maria Pujals tiene los mismos genes que Jordi Hurtado. Pasan los años y su figura parece que no envejece. A sus 69 años se ha convertido en el juez de paz de Vila-seca, un cargo que aceptó gustosamente hace ya varias semanas.

    «Quien me conoce sabe que soy una persona inquieta y que siempre me ha gustado prestar servicios a mi ciudad. Eso sí, este servicio público será el último escalón. No tengo más aspiración que poder ejercer el cargo de la forma más eficaz posible», se sincera este comercial jubilado padre de dos hijos y abuelo de tres nietos.

    Pujals es y ha sido un hombre de consenso. Y para ser juez de paz de su ciudad natal es una cualidad que le viene como anillo al dedo. Ha estado 24 años en el gobierno municipal de Vila-seca. Siempre discreto, siempre dialogante, siempre en su rol de político de pocas palabras y mucho trabajo que no se visibiliza en demasía. Admite que la política lo tiene marcado bajo unas siglas. Él es el primero que no se engaña. Considera que esta etiqueta puede marcarle en esta nueva función pública, pero a su vez explica que su forma de ser también es un aval para el cargo que ahora representa.

    Explica Pujals que en sus 24 años en el consistorio de Vila-seca rara vez se encontrará un acta en la que él, como presidente del Patronat de Música (una de las funciones públicas que más ha disfrutado por su pasión por este arte), no se aprobaran por unanimidad. Añade que tiene amigos en todos los frentes: representantes comerciantes cuando llevaba las tiendas, presidentes de hockey y políticos de otras tendencias. Y se siente orgulloso por ello. «Mi experiencia profesional, cuando he tenido tiendas a mi cargo en Tarragona y Vila-seca; mi bajage como presidente del club de hockey de la ciudad, más de dos décadas, y la etapa política en el Ayuntamiento me han ayudado a ser una persona que busca el consenso, a conciliar las opciones de todas las partes para que el resultado sea el mejor para todos», razona.

    Josep Maria Pujals es un hombre conocido en su ciudad. Solo falta recorrer unas cuantas calles a su lado para ver el número de personas que saluda por su nombre de pila. Este don que tiene (y que tuvo también su hermano Joan Maria cuando fue alcalde de la ciudad y luego conseller de la Generalitat) le colocaron rápidamente como un candidato óptimo para el cargo cuando se buscaba un nuevo juez de paz. Aceptó el día que se lo pidieron y asumió el nuevo rol con la misma energía e ilusión que el resto de servicios públicos en los que ha estado al frente.

    «El juez de paz es una figura importante y que no debería desaparecer», afirma rotundamente Pujals. Creada esta figura en 1855 para impartir justicia, sobre todo en las localidades pequeñas y alejadas de los tribunales, su papel ha ido transformándose con el paso de los siglos.

    «El juez de paz es el primer escalón de la justicia, y la importancia que tuvo en sus inicios ha ido cambiando con el tiempo. Aun así, creo que es una figura que podría reducir el volumen de trabajo que llega a los juzgados de primera instancia». Pujals habla del cargo con admiración y alaba a sus predecesores, Anton Ribera y Juan Antonio Martínez, y cita a Fernando José Martínez, su sustituto si él no está.

    Cree que la hipotética desaparición de esta figura «sería un error», pero a su vez reconoce «que parte de sus atribuciones ya entran en los juzgados de primera instancia, restándole competencias». Ahora, su papel en estas primeras semanas se centra en aspectos del Registro Civil: matrimonios, divorcios, defunciones...

    Pujals lleva el consenso hasta el seno familiar, el pilar de todas sus decisiones de ámbito público y privado. Primero con sus padres y su esposa, y ahora también con sus hijos. Unos descendientes que han echado raíces en Francia y los Países Bajos, adonde él viaja a menudo a disfrutar de sus nietos, una de las nuevas facetas que ejerce este excomerciante, expolítico, expresidente de hockey, juez de paz... pero por encima de todo, vilasecano.

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