Desde la anarquía a Podemos (1)

Nada menos que Lenin fue acusado por Plejanov de tener matices anarquistas

19 mayo 2017 18:59 | Actualizado a 21 mayo 2017 17:36
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Una de las tareas del periodismo político es analizar y exponer a los lectores, con la mayor claridad posible, qué son y cómo se desenvuelven los movimientos sociales y políticos. Para que lector esté mejor informado y desde la mayor objetividad posible, que nunca es total, como es de suponer. Mucha gente se asombra y a veces no entiende qué es el anarquismo, los antisistema, incluso la amalgama que parece representar el partido Podemos. Voy a intentar dar unas claves para que se comprenda todo ello algo mejor.

«El Estado no puede hacer nada en obsequio nuestro», clamó Ricardo Mella el 1 de mayo de 1891. Es el mejor resumen del pensamiento anarquista. La desaparición del Estado. Ni Dios, ni patria, ni ley. Como dice Javier Paniagua (Libertarios y sindicalistas, Anaya) para unos representa el caos y la desorganización; para otros es una corriente política que pretende construir un mundo donde la igualdad, la libertad individual y la justicia social existan sin necesidad de gobiernos. La propia palabra procede de la lengua griega: an-archos, sin superiores.

Ha sido estudiado el anarquismo desde William Godwins (siglo XVIII-XIX) hasta personajes literarios como León Tolstoi (sí, el Guerra y Paz), quien señalaba el amor al prójimo como único regulador de la conducta humana, hasta Proudhon que calificó a la propiedad privada como un robo. La explosión intelectual de las teorías anarquistas ocurre cuando, desde Rusia, Mijail Alexandrovich Bakunin lanzó sus obras Estado y Anarquía y Dios y el Estado, en 1882. Según él, el hombre no conseguirá su plena conciencia si no es a través del trabajo colectivo. Instruía en la necesidad de la revolución contra la autoridad estatal. Nada menos que un príncipe ruso, Peter Alexandrovich Kropotkin en La conquista del pan, en 1892, se inclina hacia el comunismo, distribuyéndose los bienes según el principio de necesidad, no del rendimiento.

A pesar de su aparente desorganización, el anarquismo se decidió desde finales del siglo XIX por el anarcosindicalismo, quizás inspirado en el carácter alemán de muchos de sus ideólogos y por la misma necesidad de actuación social. El anarcosindicalismo aparece como un movimiento antiestatal en la masa obrera, no a través de una organización partidista, sino con base sindical, por ramas de trabajadores.

Nada menos que Lenin fue acusado por Plejanov de tener matices anarquistas (Marx había sido un abierto opositor del anarquismo) y en abril del año 1917 rechazó estas acusaciones en sus Cartas sobre la táctica en las que decía que el anarquismo es la negación de la necesidad del Estado y del poder estatal para la época del tránsito desde el dominio de la burguesía al dominio del proletariado. Los leninistas solamente tenían con los anarquistas un punto común: la extinción del Estado.

Y comenzaron a concretarse fines, primero parciales, pero asumibles: la reclamación de las 8 horas de trabajo diario, la huelga como instrumento de presión, la instauración de la fiesta del 1 de mayo… En la vecina Francia, las Bolsas de Trabajo se fusionaron en la Confederación Nacional del Trabajo (CGT), de origen socialista, pero que, apartándose de los partidos políticos, creaba una potente fuerza obrera, imitada más adelante en otros países, como en España: la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

En España el anarquismo resultó de la confluencia de marxistas heterodoxos hasta socialistas reformistas, que encontraron en la CNT su casa común. Ha sido calificado como movimiento agrario, espontáneo, milenarista o de ‘rebeldes primitivos’, pero la realidad es que su fortaleza estaba en los grandes núcleos urbanos, donde la masa obrera, oprimida dentro de la creciente industrialización, buscaba salidas a su vida desgraciada.

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