Reinas de la Edad Media en Tarragona

Ensayo. Unidas por su linaje al condado de Barcelona, se instalaron en la provincia en algún momento de su vida

02 noviembre 2018 19:07 | Actualizado a 03 noviembre 2018 10:58
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La Historia que nos ha llegado hasta la actualidad ha sumido a la mujer en las tinieblas, la ha relegado a un papel irrelevante, de eterna menor de edad ante la determinación masculina. Y el vasto periodo de oscuridad de la Edad Media no es una excepción. Sin embargo, que sean invisibles en las páginas de los libros no es sinónimo de que no sobresalieran. Por ello, la escritora Elisenda Albertí ha querido sacarlas a la luz en su libro Dames, reines, abadesses, una obra que resalta dieciocho personalidades femeninas en la Catalunya medieval, en una época de 500 años que transcurre desde Guifré el Pilós a Martí l’Humà y que tiene como pilar central el condado de Barcelona.

Albertí posa su mirada, no sobre los poderosos condes, sino sobre sus mujeres, esas féminas que iban y venían de acuerdo a caprichos políticos y pactos de guerra. No importaba la mujer, sino su lugar de origen y que pudiera dar un heredero sano y robusto a la Corona que se le adjudicara. Algunas de estas aristócratas féminas hicieron parada en Tarragona o Tortosa para pasar estancias más o menos largas. Entre ellas, Blanca de Anjou, Constanza de Sicilia, Elisenda de Moncada y Violante de Bar. 

Constanza de Sicilia (Italia, 1248-Barcelona, 1302) se casó con el infante Pere, hijo de Jaume I el Conqueridor. Y a pesar de que los restos de Pere el Gran reposan en el Reial Monestir de Santes Creus, la presencia de su esposa  por la provincia es testimonial y se reduce al viaje que realizó a la ciudad tras parir su primer hijo. Constanza zarpó en galera desde Valencia junto a su pequeño Alfonso a Tarragona donde, según explica Elisenda Albertí «enseguida empezaron los preparativos para el bautizo», momento que se vio enturbiado por las noticias que llegaban de Sicilia donde el rey Manfredo, padre de Constanza, no conseguía parar la invasión francesa.

Además de Pere el Gran, también su nuera, Blanca de Anjou (Nápoles, 1280-Barcelona, 14 de octubre de 1310) reposa en Santes Creus y así lo corroboró en 2011 un equipo de investigadores del Museu d’Història de Catalunya. Blanca fue la segunda esposa de Jaume II y según apunta la escritora Elisenda Albertí, a pesar de la motivación exclusivamente política del enlace, la pareja vivió enamorada. «La joven Blanca fue rodeada de todo género de atenciones y le asignaron rentas importantes, provenientes principalmente de Tortosa», señala.

Añade que esta «fijó su residencia en esta ciudad, escogida por su situación: equidistante de Barcelona, Valencia y Lleida, próxima a Tarragona y ligada a Zaragoza por la vía fluvial del Ebre». Con sus rentas, además, Blanca «construyó cámaras en los palacios reales de Montblanc y también son conocidas sus intervenciones en el monasterio de Santes Creus, donde fueron destinadas grandes cantidades de dinero para la construcción del refectorio, parte de los claustros y otras dependencias», explica Elisenda Albertí en su ensayo. Fue precisamente en Santes Creus donde se le construyó un bello sepulcro.

Aunque Jaume II lloró amargamente a Blanca, volvió a casarse y lo hizo con la princesa chipriota María de Lusignan, entre los que hubo un correcto distanciamiento. «María vivió prácticamente recluida en el castillo de Tortosa hasta su muerte, el 10 de septiembre de 1322», según revela Albertí. Nuevamente Jaume volvió a contraer nupcias y en esta ocasión la elegida fue Elisenda de Moncada (Aitona, 1292-Pedralbes, 1364), perteneciente a los linajes más antiguos de Catalunya. «Lejos del esplendor y euforia de su primera boda, 27 años atrás, Jaume quiso que el enlace fuera una ceremonia discreta, prácticamente íntima.

Se casaron el día de Navidad de 1322 en Tarragona con el recogimiento familiar propio de una fecha tan señalada», manifiesta la autora de Dames, reines, abadesses. Tortosa era la ciudad donde las reinas catalanas tenían consignadas sus rentas más importantes, por lo que acostumbraban a residir allí con cierta frecuencia. Sin embargo, no fue el caso de Elisenda, a quien no agradaban las estancias del Castell de la Suda, «llenas de recuerdos de sus predecesoras». 

Otra de las reinas del Medievo que se instaló en Tarragona fue Violante de Bar (Ducado de Bar, Lorena, Francia 1365-Barcelona, 1431), consorte como segunda esposa de Juan I de Aragón. En Tarragona, que fue parada de un viaje hacia Valencia, Violante esperaba a un familiar y «fue aquí donde la pareja tuvo que separarse por primera vez a causa del conflicto ampordanés». En definitiva, unas mujeres que por su linaje y circunstancias históricas encontraron en estas comarcas su hogar.

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