En una página irónica y sin embargo amable, Kafka narra su encuentro, ocurrido en un tren antes de la Gran Guerra, con un oficial alemán. El oficial es súbdito del imperio germánico, Kafka es súbdito del imperio austrohúngaro, que comprendía numerosas nacionalidades diversas. Los dos se ponen a hablar; en un momento dado, el oficial le pregunta de dónde viene y luego de qué nacionalidad es. Kafka responde, pero el otro no llega realmente a entender cuál es su nacionalidad. Kafka ha nacido en Praga, pero no es checo; es ciudadano austriaco; es judío, pero un judío desarraigado de los orígenes del judaísmo. La identidad de Kafka desorienta al militar, ocasional compañero de viaje. Kafka es en sí mismo una frontera: su cuerpo es un lugar en el que se encuentran, se cruzan y se superponen, como cicatrices, muchas fronteras diversas.
Este episodio es uno de los muchos que se podrían citar para subrayar un aspecto complejo y contradictorio de la identidad de Franz Kafka, la dificultad que experimenta para hacerse entender. Su aprensión por lo categórico. La incomprensión acompaña con frecuencia a un escritor de frontera como él, pero tal vez haya también cierta complacencia por su parte en sentirse incomprendido. Quizás quiere encontrar su identidad auténtica precisamente en esa imposibilidad de ser entendido. Eso lo puedo comprender.